La movilidad humana ha dejado de ser un fenómeno limitado a conflictos armados o crisis económicas. Hoy los efectos adversos provocados por el cambio climático son uno de los principales factores que fuerza a las personas a desplazarse dentro y fuera de sus países. Según datos del Centro de Monitoreo de Desplazamiento Interno (IDMC, por sus siglas en inglés), en 2023 hubo más de 28 millones de desplazamientos asociados a desastres socio-naturales, una cifra que supera incluso a los desplazamientos por conflictos armados.
Estos desplazamientos tienen múltiples causas y son las poblaciones rurales, costeras y periféricas son las más vulnerables, ya que carecen de los recursos para adaptarse o resistir los embates climáticos. Hablar de estas personas no es hablar de números, sino de personas, familias que pierden sus hogares, infancias que dejan la escuela, comunidades enteras que desaparecen del mapa y en suma, la ausencia de un marco jurídico claro, ya que estas personas no tienen el estatus de refugiadas bajo la Convención de 1951, lo que los deja sin acceso a protección internacional. La mayoría de ellas terminan siendo desplazadas internas, reubicados en condiciones precarias dentro de sus propios países. Otras optan por migrar hacia ciudades saturadas, cayendo en la pobreza urbana o la informalidad laboral. Quienes cruzan fronteras enfrentan estigmatización, detención o deportación.
Además, los impactos de este tipo de desplazamiento son desiguales, para las mujeres y niñas, los pueblos indígenas, para las personas con discapacidad y con enfermedades crónico-degenerativas y adultas mayores; quienes sufren mayor exposición a violencia, pérdida de su territorio y de su cultura y para las personas con discapacidad ya que quedan desprotegidas por sistemas que no consideran sus necesidades.
Para Sin Fronteras IAP, desde 2018 hemos posicionado el tema ante diferentes actores, nacionales y regionales, inclinándonos por llevar la voz de personas que han perdido todo, enfocándonos específicamente por la integración y la búsqueda de oportunidades de empleo acordes a su experiencia y vida anterior en país de origen y apoyar en la construcción de un plan de vida, sin dejar a un lado la incidencia pública y social.
Como se puede observar a lo largo de la historia, las organizaciones de la sociedad civil hemos sido actores fundamentales. Muchas han brindado albergue, alimentos, atención médica, asistencia legal, acompañamiento psicosocial y espacios seguros para las poblaciones afectadas por causas climáticas y otros desastres y de igual forma hemos liderado procesos de documentación, incidencia y propuestas legislativas para el reconocimiento de estas personas, colaborando en espacios internacionales como las Conferencias de las Partes, con amicus curiae ante la Corte Interamericana para la Opinión Consultiva Chile y Colombia, La Revisión del Pacto Mundial de Migración en Santiago de Chile y la Construcción de la Declaración de Chile en 2024, así como ante distintos mecanismos de las Naciones Unidas. Sin embargo, hoy estos avances enfrentan una amenaza silenciosa: la drástica reducción del financiamiento internacional.
Hoy, mientras el mundo discute sobre energías limpias y reciclaje, hay millones de personas empacando sus vidas en mochilas porque sus casas quedaron bajo el agua, sus cultivos murieron o el aire se volvió irrespirable. Y al mismo tiempo, quienes les tendían una mano están cerrando sus puertas por falta de apoyo.
Los efectos adversos del cambio climático no solo destruyen bosques y arrecifes: destruyen hogares, familias, sueños y culturas enteras. Y si no fortalecemos a quienes protegen a estas poblaciones, no solo estamos fallando como especie, sino enterrando nuestra propia capacidad de responder éticamente al presente y al futuro.
En este Día Mundial del Medio Ambiente, el mayor acto ambiental no es plantar un árbol. Es mirar de frente a las víctimas de las emergencias actuales y asegurar que no caminaremos en soledad en esta era incierta.
*Sandra Elizabeth Alvarez Orozco es directora general de Sin Fronteras IAP.
Referencias:
ACNUR (2023), Global Trends: Forced Displacement 2023, disponible aquí.
ALVAREZ (2019), Desplazamiento interno por desastres industriales y/o tecnológicos, disponible aquí.
Banco Mundial (2021), Groundswell Part II: Acting on Internal Climate Migration (2021), disponible aquí.
CIVICUS (2024), State of Civil Society Report 2024, disponible aquí.
IDMC (2024), Global Report on Internal Displacement 2024, disponible aquí.
InterAction (2025), Informes sobre impacto de recortes presupuestarios a ONG humanitarias, disponible aquí.
IPCC (2023), Sixth Assessment Report (AR6), 2023 Sección: Impactos, adaptación y vulnerabilidad, disponible aquí.
OECD (2024), Development Aid at a Glance 2024, disponible aquí.
OIM (2024) Informe: World Migration Report 2024, disponible aquí.
SIN FRONTERAS (2024), Ecos del camino: Reflexiones sobre movilidad humana y cambio climático, disponible aquí.
El artista del siglo XIX contribuyó a la creación de un sentido de identidad mexicana, y fue, además de pintor, un polímata.
“José María Velasco, mexicano. Pinto México”.
Así firmó en la esquina inferior derecha la que se consideraba como su obra maestra, “Vista del Valle de México desde el cerro de Santa Isabel”, en 1877.
La había pintado explícitamente para enviarla a la Exposición Universal de París de 1878.
Parece haber querido dejarle claro al mundo no meramente quién era él, sino que lo que estaban viendo era ese joven país que hacía apenas 10 años se había librado del austriaco Maximiliano de Habsburgo a quien Napoleón III había instalado como emperador de México para establecer un imperio satélite en América.
Tal vez no debía haberse preocupado, al fin y al cabo, para entonces ya era conocido, en México y en el exterior.
De hecho, José María Velasco había recibido numerosas distinciones, una de ellas justamente de manos del emperador Maximiliano en 1864, así como la medalla de oro de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes de México de 1874 y 1876, y la medalla de oro de la Exposición Internacional de Filadelfia.
La pintura de 1877 tuvo tal éxito en París que le pidieron que hiciera copias, y una de ellas fue entregada al papa León XIII.
No fue la única vez que triunfó en la capital francesa.
En la Exposición Universal de 1889 presentó 68 de sus obras y, contó en una carta:
“… los cuadros míos han producido mucho efecto, agradan bastante y se han sorprendido de ver que en México se puedan pintar estas obras que juzgan de bastante mérito“.
“Ayer he recibido la Condecoración de Caballero de la Legión de Honor, es una recompensa que me honra mucho y la considero como una gran distinción“.
Así, acumuló premios, elogios y admiración, no menos de sus alumnos en la Escuela Nacional de Bellas Artes (ENBA), donde fue profesor de artistas como Diego Rivera, desde 1868 hasta 1903.
Y sin embargo, durante sus últimos años dejó de estar tan presente.
Tanto, que su muerte no fue registrada en la prensa mexicana hasta dos días más tarde, como constató la periodista Kathya Millares en Nexos.
Uno de los dos diarios que informaron sobre su fallecimiento fue El Imparcial, dando poco más que datos de su funeral.
El Diario se extendió más, señalando que “El anciano señor Velasco había dado prestigio al arte nacional, pues en exposiciones de gran nombradía, efectuadas en París, Viena, Madrid, Italia, Milán, Chicago y otras, había conquistado los primeros diplomas y los primeros premios”.
No obstante, ese relativo olvido fue rápidamente remediado por las autoridades con exposiciones, celebraciones y conmemoraciones.
Pronto, le aseguraron un lugar insigne en la cultura oficial, no sólo por sus dotes artísticas sino también por contribuir a cimentar la identidad mexicana.
Hasta el día de hoy, las obras de José María Velasco son conocidas en su país, aunque quienes las encuentren familiares quizás no sepan quién las pintó.
Pero fuera de México, se le recuerda poco, y a veces nada.
¿Por qué?, se preguntó el artista británico Dexter Dalwood, quien vive en México y se interesó en la pintura de Velasco.
Paso seguido, le propuso a la National Gallery de Londres, con la que tiene una larga relación, hacer una exposición, con él como cocurador.
La idea fue acogida.
“Por feliz coincidencia, el evento marca los 200 años de las relaciones diplomáticas entre México y Reino Unido”, le dice a BBC Mundo Daniel Sobrino Ralston, también curador de la muestra.
Esa no fue la única feliz coincidencia.
“Velasco es un pintor muy eminente del México del siglo XIX, y pensamos que encajaba muy bien con el arte que tenemos en la National Gallery, sobre todo con una serie de exposiciones que hemos hecho sobre paisajes nacionales de ese siglo”.
Hasta ahora, explica, “las que no han sido europeas, han sido de artistas de países angloparlantes”.
Velasco se convirtió en la excepción en esa serie de paisajistas del siglo XIX.
Más que eso: aunque la prestigiosa galería ha adquirido y exhibido obras de artistas latinos y latinoamericanos, “esta es la primera vez que la National Gallery dedica una exposición a un artista latinoamericano”, destaca Sobrino.
Así, más de un siglo después de su muerte, Velasco se ganó otra distinción.
José María Tranquilino Francisco de Jesús Velasco y Gómez-Obregón nació en Temascalcingo en 1840, el mismo año en el que nació en Francia Claude Monet, iniciador y líder del Impresionismo.
A pesar de ser parte de la misma generación de artistas, mientras los europeos revolucionaban el arte, Velasco hacía lo contrario.
“No era un innovador”, señala el curador.
“Tiene su estilo, su objetivo, y no cambia mucho. Mantiene el estilo romático de su maestro Landesio, pero llega a un estilo un poco más realista, objetivo, científico”.
Ese maestro, el pintor italiano Eugenio Landesio, enseñaba en la Academia de San Carlos, la primera academia de Bellas Artes en el continente americano (ahora parte de la UNAM), y dejó una marca indeleble en Velasco.
Su obra siempre mantuvo ese acento romántico que busca exaltar la naturaleza, en línea con el movimiento artístico de la última parte del siglo XIX que estaba dando sus últimos coletazos.
Como concordaba con el canon del momento, mientras que las pinturas de los impresionistas eran rechazadas en las exposiciones del Salón en Francia, las de Velasco eran aceptadas, y laureadas.
“Es un artista muy sobrio, muy serio”, indica Sobrino.
José María Velasco sazonó ese academicismo de origen europeo con toques de la tradición y el paisaje de su país.
E hizo precisamente lo que declaró en esa esquina de esa pintura: pintó México.
Particularmente su México, pues, así como no exploró otros caminos en el arte, a diferencia del común de los paisajistas, Velasco no era muy dado a partir con sus pinceles y pinturas a lugares distantes en busca de horizontes desconocidos.
Viajó poco y ni siquiera pintó en su periplo más largo, a la Exposición Universal de 1889, cuando recorrió Europa durante un año.
Según su biógrafo Luis Islas García, de esa experiencia cosechó “fotografías de los principales monumentos; extrañeza por el Impresionismo; alarma por las costumbres y una publicidad merecida”.
“La extrañeza, mejor, el desdén que tuvo por la pintura que conoció en Europa le salvó de influencias quizá perniciosas, y siguió pintando con su estilo propio, sin preocuparse de los pintores extranjeros”, añadió ese autor.
En tierras remotas, conoció la nieve, pero en su obra solamente aparece en los picos de los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl. También conoció el mar, pero sólo lo pintó una vez.
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A todas luces, lo que lo inspiraba infinitamente era su entorno, desde los detalles de la topografía, flora y fauna, hasta los panoramas magníficos e inagotables, así como los cambios introducidos por los humanos, incluida la llegada de la industrialización.
Esos humanos, sin embargo, a menudo están ausentes.
“La figura humana sólo aparece cuando necesita subrayar la desolación o la grandeza solitaria de la naturaleza, en medio de la cual el hombre es siempre un intruso”, observó el poeta, ensayista y premio Nobel Octavio Paz en 1942.
Cabe anotar que Paz no tenía una opinión muy amable del pintor.
“Frío, riguroso, insensible y lúcido, JMV sólo es una mitad del genio. Pero es una mitad que nos advierte de los peligros de la pura sensualidad y de la sola imaginación”, concluyó.
No obstante, la apreciación del arte cambia dependiendo del momento y de los ojos que lo miran.
Muchos aprecian no sólo el registro que dejó de una época, sino la majestuosidad de sus paisajes, así como sutilezas en tonalidades y luces, y la manera en la que plasmó capas de historia, celebrando la identidad mixta mexicana.
“Hay como un proyecto intelectual que transmite a través de su obra: te cuenta de la historia, te cuenta de la ciencia”, apunta Sobrino.
Efectivamente, Velasco solía retratar más que un paisaje; retrataba historia.
A veces, esa historia era larga, como la que aparece en sus cuadros del Valle de México.
En el fondo, la modernidad: los contornos de la capital de la República, al lado del lago Texcoco.
Hacia el centro, la basílica de Guadalupe, una huella del pasado colonial.
Está en la ladera del cerro del Tepeyac donde, según la tradición católica, se le apareció la Vírgen de Guadalupe al indígena Juan Diego en el siglo XVI, cuando empezó la conquista española y las tradiciones se mezclaron.
En primer plano, la pintura recuerda el pasado prehispánico, con una indígena y sus dos hijos.
En la versión de 1877 que aparece al principio de este artículo, los indígenas fueron reemplazados con dos símbolos patrios: un nopal y un águila.
Según la leyenda, los mexicas escucharon el llamado del dios Huitzilopochtli de ir a buscar su tierra prometida, que reconocerían cuando vieran un águila posada en un nopal con una serpiente en su pico.
La encontraron en una isla en medio de unas lagunas en el centro de México, y ahí fundaron Tenochtitlan, hoy el centro histórico del DF.
La obra llegó a conocerse como México 1877, un indicio de su importancia para la identidad nacional de México.
En otros de sus cuadros, se remonta aún más atrás en el tiempo.
“Estaba enterado de desarrollos recientes en geología, los cuales indicaban que la edad de la Tierra era de millones de años en lugar de miles, como se pensaba”, explica Sobrino.
“Comenzó a estudiar la forma en que se depositan las rocas”.
Y ese Valle de México tan cercano a sus afectos era un lugar ideal.
“Su base es volcánica, por lo tanto los geólogos estaban muy interesados en cómo se formó, y él decidió observar más de cerca esas increíbles rocas erráticas glaciares”.
Las retrató tan bien que cuando envió una de sus pinturas a EE.UU. en 1876, “la geóloga mexicana María Lamberson la usó para ilustrar su conferencia acerca de geología”.
Su maestría en pintar las rocas no sorprende al tener en cuenta que, como muchos artistas de la historia, a Velasco le interesaba profundamente la ciencia.
En la Academia había estudiado botánica, zoología, geografía y arquitectura, y tras graduarse siguió instruyéndose sobre estas y otras materias.
Esos conocimientos se volcaban en el lienzo, produciendo imágenes puntillosamente exactas.
Al mirarlas con detenimiento descubres detalles que justifican el que Octavio Paz lo llamara anfibio, por ser un artista que vivía entre el arte y la ciencia.
“En Velasco se da una convergencia de monumentalidad y de capacidad para reproducir en el grano más fino el detalle de las rocas, plantas y cielos”, afirmó el escritor Adolfo Castañón.
“Esto no podría haberse dado sin una formación de dibujante científico”, añadió.
Su legado, de hecho, se extiende a las ciencias naturales y sociales.
Creó una serie de estampas sobre la evolución de la flora y fauna terrestre y marina, que convirtió en fuente de estudio de la ciencia en su país, por lo que en 1881 fue nombrado presidente de la Sociedad Mexicana de Historia Natural.
Durante los últimos años de su vida, a José María Velasco le afligió el corazón, literal y figurativamente.
Pero ni su deterioro físico ni la tristeza que lo invadió impidió que siguiera pintando.
Una de las obras más llamativas de esa época es “El Gran Cometa de 1882”, el cual fue tan brillante que podía ser observado incluso durante el día, cerca del Sol, y fue visible a simple vista en México hasta febrero de 1883.
“Cuando lo vio, Velasco hizo algunas anotaciones, pero sólo lo pintó en versión grande en 1910”, explica Sobrino.
“Muestra de una manera poco común cuán consciente estaba de la situación política mexicana pues en ese año fue el del fin del régimen de Porfirio Díaz y el inicio de la Revolución Mexicana”, añade.
Además, en 1910 se avistó el cometa Halley.
Con su cola blanca reflejada en un lago plateado que se disuelve en la sombra, el cometa de Velasco es una metáfora.
Evoca momentos cargados de simbolismo en México, como el avistamiento del cometa por Moctezuma en 1517, antes de la llegada de los españoles en 1519, conectando largas historias y momentos de gran cambio, resalta el curador.
Siguió pintando hasta el fin de sus días, aunque a una escala más pequeña.
Sus últimas obras eran tamaño postal.
El 26 de agosto de 1912 tomó una de esas tarjetas de 9×14 centímetros en las que para entonces recreaba con óleo las imágenes que guardaba en su imaginación.
Y, “según María Elena Altamirano Piolle, la bisnieta de Velasco -cuenta Sobrino-, pintó el cielo por la mañana y murió por la tarde”.
*La exposición “José María Velasco, A View of Mexico” estará en la National Gallery de Londres hasta el 17 de agosto de 2025 y a partir el 27 de septiembre en The Minneapolis Institute of Art en EE.UU.
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